La vida de Kathrine Switzer (Amberg, Alemania, 1947) cambió la fría mañana del 19 de abril de 1967. Estudiante de periodismo de la Universidad de Siracusa, en Nueva York, se había inscrito con su apellido y sólo las iniciales de su nombre, K.V., en la maratón de Boston, la más antigua, la más prestigiosa y reservada sólo para hombres. Aunque el reglamento no especificaba que las chicas no pudiesen participar, en aquella época era impensable que una mujer completase los 42 kilómetros con 195 metros de la prueba, porque se creía que semejante esfuerzo físico podía provocar que se le desprendiese el útero y le saliese bigote. Kathrine se presentó en chándal y con su dorsal, el 261, pero al rebasar apenas los cuatro kilómetros el codirector de la prueba, Jock Semple, se abalanzó sobre ella dispuesto a echarla. Pero no lo consiguió. La prensa inmortalizó el momento, y el resto ya es historia. Sin proponérselo, aquello convirtió a Kathrine en defensora de los derechos de las mujeres dentro y fuera de las pistas de atletismo.